De lomo a aguja

Hay cosas en la vida que, siendo niño, es complicado entender, pero con los años no solo lo comprendes sino hasta lo compartes.

Mi madre tenía una debilidad desmedida por los libros de cocina. Había un apartado exclusivo en nuestra biblioteca para su pequeña colección. Podía pasar horas leyendo recetas, imaginando las combinaciones de sabores y la diversidad de las texturas. Cocinaba muchísimo mentalmente, como decía ella, haciendo experimentos locos con ingredientes que muchas veces ni siquiera conocía, solo tenía idea sobre sus características principales: si deben de ser ácidos, picantes, amargos o dulces.

De pequeña no entendía nada de todo eso. Sobre todo porque a pesar de tener tanto conocimiento léxico y creatividad “mental”, plasmar sus ideas en la práctica como que no quería funcionar. Le faltaba destreza y técnica. Eso sí, se puso todo su entusiasmo y corazón en cada plato…aún así era capaz de fastidiar preparaciones bien sencillas.

Recuerdo que me encantaba el lomo de cerdo al ajillo. Como lo sabía, me lo preparaba a menudo para los viernes cuando llegaba del internado. Lo que no sabía, es que me gustaba este plato por sus salsa. Porque mi madre tenía un arte de sobre cocinar la carne y dejarlo duro como la suela del zapato, increíble. Eso sí, la salsa era de muerte. Así que comí el lomo (que era la parte complicada) y después me entregué de lleno al placer de sucar el pan y rebañar hasta la última gota de este aceite con aroma a mejorana, disfrutando como los ajos, dulces y cremosos como mantequilla deshacían en mi boca.

“Eso estaba ruiquísimo, anya” decía, y ella se puso contenta. Su cara se ilumino con una sonrisa orgullosa de genio culinario consolidado a quién le acaban de otorgar un premio gastronómico importante, reconociendo su inmenso talento. Era la persona más agradecida que he conocido jamás…y estos pequeños reconocimientos la hacían muy feliz.

…y como es la vida: hoy por hoy soy una apasionada de la cocina. Amo la gastronomía en todos sus vertientes, pero mi debilidad sigue siendo la húngara, lo de mis entrañas. Tengo una debilidad desmedida por los libros de cocina con una pequeña biblioteca especializada en un rincón de mi cocina. Puedo pasar horas leyendo estos libros, pero yo no solo los leo, sino los utilizo también. Así los tengo…con las esquinas de las hojas dobladas como marcapáginas, con anotaciones, manchadas, usadas.

Con los años entendí la importancia de “cocinar mentalmente” que al final se convierte en un hábito para la gente altamente adicta a los fogones, pero tengo la suerte de poder conocer la mayor parte de los ingredientes de las recetas. De esta manera puedo sentir en la boca estas combinaciones y texturas que surgen en mi imaginación.

Echo de menos a mi madre. Y entre muchas otras cosas echo de menos estas conversaciones sobre platos y sabores que ahora serían mucho más intensos e interesante, y los que nunca vamos a tener. Tampoco la puedo preparar mi versión del lomo al ajillo, que yo preparo de aguja así que ya tendríamos un primer punto de debate al respecto…pero estoy segura que el resultado le encantaría. Y al terminar el plato y dejar los cubiertos me diría asentando lentamente con su cabeza “eso estaba muy rico”. Y me tocaría ser la cocinera con el mayor premio, la sonrisa de mi madre.

Aguja de cerdo ibérico al ajillo

aguja de cerdo en cama de espárragos

Ingredientes:

1 filete de aguja de cerdo ibérico de 1-2 dedos de grosor por persona,

4 dientes de ajo por filete,

sal, pimienta, aceite de oliva suave, tomillo y romero opcional

Tiene tres puntos clave este tipo de preparación: cocción, sal, reposo.

  • Comenzamos calentando un sartén SIN ACEITE ni ningún tipo de grasa.
  • Cuando está muy muy caliente, colocamos los filetes SIN SAL, ni pimienta. De esta manera evitamos que, por la sal, comienza a soltar su jugo desde un principio y empieza a cocinarse en vez de tostar.
  • Freímos los filetes unos 10 minutos a cada lado, hasta conseguir un dorado bonito sin quemaduras.
  • Sacamos la carne de la sartén, dejando el jugo que ha soltado, y reservamos.
  • Bajamos el fuego bastante y fileteamos finamente los ajos.
  • En el mismo sartén echamos un chorro de aceite de oliva, los filetes de los ajos, sal y pimienta.
  • Calentamos todos juntos, hasta que el ajo empieza a desprender su perfume. En este punto se puede añadir hierbas aromáticas frescas, como tomillo o romero o los dos.
  • Colocamos de vuelta la carne a la sartén y dejamos cocinar en el jugo aromatizado 3-4 minutos a cada lado.
  • Apagamos el fuego y dejamos reposar en el mismo sartén otros 5-6 minutos.

El resultado debe ser un filete super jugoso, gracias a la grasa entreverada de la carne, que mediante la cocción y el reposo comienza a fundir y dar una suculencia extra y una textura mantequillosa al bocado.

TIP: si sobra carne, fileteadla muy finamente y dejadla enfriar en su propio jugo. La mañana siguiente, untándolo en una rebanada de pan fresco, y acompañado con un poco de encurtido, obtendréis un verdadero desayuno de campeones.

Deja un comentario